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La identidad profesional docente, un acercamiento a su estudio
The professional identity of teachers, an approach to its study
IE Revista de Investigación Educativa de la REDIECH, vol. 11, pp. 1-20, 2020
Red de Investigadores Educativos Chihuahua A. C.


Recepción: 08 Mayo 2019

Aprobación: 25 Marzo 2020

Publicación: 04 Mayo 2020

DOI: https://doi.org/10.33010/ierierediech.v11i0.727

Resumen: Se presenta una revisión de la literatura sobre el tema de la identidad, particularmente la que han construido los docentes de educación básica en México. La finalidad del presente artículo es dar cuenta de los elementos conceptuales relacionados además de ubicar las perspectivas asumidas para su estudio, así como identificar los énfasis categoriales que se han utilizado en la producción de artículos de divulgación científica. Además, se aborda un elemento indispensable en todo estudio sobre la identidad que tiene que ver con las tensiones que se viven en su construcción y variación dinámica en un contexto de cambios: nos referimos a la crisis de las identidades docentes. El producto de este esfuerzo tipificado como estudio bibliográfico, se utiliza como uno de los instrumentos referentes para facilitar la estructuración de un marco teórico base para la realización de una investigación empírica con enfoque cualitativo que utiliza el método de las narrativas, con las que se estructuran urdimbres con significado colectivo a partir de lo que cuentan diversos profesores participantes, misma que derivará en la construcción de una tesis doctoral.

Palabras clave: identidad profesional docente, educación básica, crisis identitaria.

Abstract: A review of the literature about identity is presented, particularly the one about basic education teachers had built in Mexico. The purpose of this article is to take in account related conceptual elements besides locating the perspectives assumed for their study, and to identify the categorical emphases that have been made in the production of scientific articles. In addition, an indispensable element is addressed in any study on identity that has to do with the tensions that are experienced in its construction and dynamic variation in a context of change: we refer to teaching identities crisis. The product of this effort, typified as a bibliographic study, is used as one of the reference instruments to facilitate the structure of a theoretical framework for the realization of empirical research with a qualitative approach that uses the narrative method, which are used to structure warps with collective meaning based on the different accounts of teachers who participated, which will lead to the construction of a doctoral thesis.

Keywords: teacher professional identity, basic education, identity crisis.

Introducción

Abordamos sin duda un tema atractivo e interesante. La atención sobre la identidad la tiene hoy en día cualquier disciplina de las ciencias humanas. Se ha explorado una variedad de enfoques teóricos al interior de cada disciplina para su estudio.

Como afirman Coll y Falsafi (2010), “por la razón que sea, la identidad ha terminado por adquirir una posición central en las agendas de investigación de diferentes disciplinas” (p. 18), y por ende se puede afirmar que, si bien es exagerado “decir que todos los caminos conducen a la identidad, [sin embargo] no lo es afirmar que cualquier camino parece ser capaz de llevar a la identidad” (p. 19).

En las disciplinas, la variedad de enfoques propició una multiplicación de perspectivas para estudiar la identidad.

La importancia de los estudios sobre la identidad ha sido destacada por diferentes autores (Gee, 2000; Sfard y Prusak 2005; Coll y Falsafi, 2010).

Así, la identidad como noción facilita explorar diversos fenómenos y procesos del ser humano; también posibilita el acercamiento a ciertos ángulos no visibles de la sociedad y desde ahí explorar sus conexiones.

A la identidad se le ha utilizado como una herramienta para analizar diversos fenómenos, como los vínculos del poder y la identidad nacional (Silva, 2004), la resistencia e identidad como estrategia (Corona y Caraveo, 2003), identidad y comunicación-educación (Gordillo, 2014), la división y cohesión social (Orduna, 2012), la conexión entre situaciones emocionales y de conocimiento (Ávalos, Cavada, Parado y Sotomayor, 2010; Prados, 2014), la ubicación de los individuos en grupos (Canto y Moral, 2005), los patrones y las tendencias discursivas (Vasilachis, 2016), identidad y cultura (Giménez, 2003), identidad y vínculos erótico-afectivos (Torres, 2014), identidad y los grupos de chicanos (Tinker y Valle, 2002) y la participación en los contextos educativos, incluso como “una lente o herramienta analítica” para la investigación educativa (Coll y Falsafi, 2010), entre otros.

Por la complejidad del fenómeno y la multiplicidad de abordajes teóricos como los que se asumen desde disciplinas como la psicología, pedagogía, sociología, filosofía u otras (Goffman, 1959; Dubar, 1992; Kaufmann, 2004; Ramírez-Ramírez, Flores-Macías, Lavallée y Bontempo, 2005) que se sitúan ya sea en el polo del desarrollo personal o en el polo estructural o colectivo, o por ejemplo la perspectiva desde el marketing corporativo, así como por los acercamientos que se exploran en la revisión de la literatura, se identifica una dificultad para crear un lenguaje común que permita conceptualizarla y construir un referente para su tratamiento. A lo sumo, aspiramos a concretar la conexión de nociones básicas.

Ante esto hay necesidad de abarcar una extensión importante de material sobre el tema, y luego de reconstruir su campo semántico, el enfoque se centra en el material relacionado con la identidad profesional de los docentes. Esta revisión incluye sus discrepancias y contradicciones.

En un primer alcance encontramos múltiples variantes de aplicación del tema de identidad en forma teórica, también se advierten diferentes necesidades, por ejemplo, hay estudios relacionados con la identidad nacional y la importancia de la lengua para su construcción (Vasilachis, 2016; Vila, Esteban y Oller, 2010).

En la actualidad se ha despertado un interés creciente por el estudio de la identidad, y en particular de la identidad profesional docente, la cual hoy como nunca está bajo escrutinio (Marcelo, 2009).

Otros esfuerzos indagan sobre el tema de la ideología y la identidad social, como es el caso de Atienza y Van Dijk (2010) en relación al libro de ciencias sociales en España, estudio en el que se adentra al tema de las ideologías subyacentes tanto en el libro de texto como en el currículo, que son consistentes con los planes de estudio, donde se advierte una estrecha relación entre la construcción de identidad social y la adquisición de una ideología.

Atienza y Van Dijk (2010) señalan que tanto las ideologías como las identidades son parte de un proceso de apropiación, que se va conformando por los discursos y otras prácticas sociales, de tal forma que interiorizamos las ideologías y construimos nuestras identidades casi como si estuviésemos aprendiendo un idioma, y esto se aplica también a la identidad profesional docente.

En este acercamiento a la literatura también se documenta el sentido de pertenencia de los individuos a su familia original, que constituye el contexto primario de donde el individuo se nutre de valores, creencias, costumbres, tradiciones; en ese ámbito se identifican e interiorizan también los estereotipos sociales y determinadas pautas de pensamiento, los cuales funcionan como mediadores de la construcción de identidad. A la vez, la literatura revisada parece revelar la existencia de una interiorización de los valores culturales implícitos, los cuales actúan como malla invisible en la configuración de su identidad (Rebollo-Catalán y Hornillo, 2010), de forma tal que este proceso de interiorización inconsciente también sucede en la construcción de la identidad profesional docente.

Un segundo lugar central en la construcción del yo es la escuela; es en el marco de las actividades educativas donde se puede identificar este proceso. El papel de la educación formal es construir ciudadanía, socializar y transmitir valores, aspectos que confluyen para construir identidad (De la Mata y Santamaría, 2010).

Rivas, Leite, Cortes, Márquez y Padua (2010) señalan que el marco escolar es el lugar del encuentro biográfico en un sistema organizado como la escuela, y esclarecen que las identidades personales son los modos que construimos para afrontar al sujeto escolar instituido, quien ejerce la autoridad en dicho ámbito. También aportan la idea de que “no hay identidad sin alteridad” (p. 192), es decir, sin el otro, en tanto que la identidad es diferenciación en referencia de los otros y también es pertenencia común al grupo social donde participan los otros.

La identidad como construcción según Van den Berg (citado por Ávalos y Sotomayor, 2012) identifica cinco focos de conflicto referidos a la identidad docente:

  1. (a) el cuestionamiento a la calidad de su propio trabajo;

    (b) dudas acerca de la legitimidad de las definiciones externas que afectan la valoración de su trabajo;

    (c) percepción negativa personal expresada en dudas, resistencia, desilusión y culpa;

    (d) incertidumbre y desconcierto ante demandas externas difusas o poco claras, y

    (e) estrés y burnout desencadenado por situaciones de conflicto entre roles (como se cita en Ávalos y Sotomayor, 2012, p. 59).

Otro trabajo revisado fue el que se titula “La identidad como marco de referencia para entender el aprendizaje organizacional”, donde se expone cómo resulta importante la integración de una identidad institucional a partir de la interacción y diseño de los que en ella laboran; destaca cómo la identidad organizacional está íntimamente vinculada con el aprendizaje colectivo, porque se parte de la visión de que ahora el conocimiento se convierte en un activo estratégico igual que otros elementos y que por lo tanto se necesita administrarlo de forma semejante (C. Torres, 2010).

Se encontró también información sobre el papel de las emociones en la construcción de la identidad en alumnos que habían vivido la experiencia del fracaso escolar (Bolívar, 2007).

De acuerdo con Marcelo (2009), hay ideas que se derivan de la revisión de la literatura sobre la identidad, las cuales son parte de una noción base, como se señala ahora:

Se considera a la construcción de la identidad, en este caso de los docentes, como un proceso evolutivo de interpretación y reinterpretación de experiencias; a la vez, estamos ante una noción que se conecta con la idea de que el desarrollo del profesorado nunca se detiene y hablamos de un aprendizaje continuo.

Además, la identidad del ente que se trate implica al contexto y a la persona. No es un producto único, cada profesor desarrolla sus propias respuestas de acuerdo con las condiciones del contexto. Deriva esto en que, a pesar de los rasgos identitarios en común, los profesores conforman a la vez rasgos peculiares vinculados con sus historias y contextos.

Otro aspecto del proceso de construcción de identidad se produce a partir de que los individuos generan percepciones de autoeficiencia, motivación, compromiso y satisfacción sobre el trabajo realizado, factor fundamental en la conformación de un buen maestro. Además, dicha construcción está influida por asuntos personales, sociales y cognitivos (Marcelo, 2009).

Prados (2014) considera que al estudiar los significantes de la identidad, como son las actitudes y creencias, se esclarecen cuatro ideas básicas que nos sirven para ampliar nuestra comprensión sobre el tema: 1) El contexto influye en las identidades; 2) la construcción de la identidad se da en las relaciones; 3) la identidad cambia constantemente, y 4) la construcción de identidades implica construir significados.

Construyendo nociones de identidad

Esta revisión de literatura ha permitido asir un conjunto de elementos que caracterizan una noción de identidad. De entrada, se reconoce la cualidad de complejidad que implica, por las múltiples formas de abordarse, cuyos linderos se ubican en el nivel filosófico.

En términos generales la identidad se refiere a los rasgos propios de una persona o de un conglomerado que le hacen distinguirse de los otros. También se refiere a la conciencia de sí, ese “algo” que nos hace diferentes a los demás. Puede considerarse una cualidad del “ser para sí” (Maldonado, 2009), en la que hay un fuerte sentido de pertenencia que incluye cada historia y entorno.

El concepto de identidad es aporético (Navarrete-Cazales, 2015) porque, a la vez que es necesario, tiene una imposibilidad de representación precisa y definitiva, por lo cual es irrepresentable de manera tangible y la única posibilidad es hablar de ella. La aporía visibiliza a algunos problemas que tienen la característica de ser insolubles, y tiene la utilidad de exponer diversas alternativas posibles ante tal situación.

El significado original de identidad designaba un ente semejante a otro, como una equivalencia total, uno a uno. Ese significado primario de identidad estuvo por muchos años asumido de forma metafísica, en tanto se refería a la esencia de las personas y las cosas, por lo que era inamovible, perenne, ya que la imagen esencial de alguien o algo, no permitía variantes o versiones nuevas: se era desde el principio, así idéntico hasta su fin. De ahí que la raíz etimológica de la palabra identidad que es identitas –del latín– quiere decir “igual a uno mismo”.

Después este significado fue mutando (Navarrete-Cazales, 2015) para asumirse como un proceso complejo, dinámico y siempre cambiante. De esta forma, para Balderas (2013), la identidad

Es la imagen de sí mismo construida por el sujeto; es dinámica al permitir adaptarse a los permanentes cambios del sujeto y de la realidad; depende del contexto ya sea familiar, social, laboral e histórico; tiene carácter temporal, el individuo se refiere a lo que fue, lo que es y lo que se pretende ser [p. 76].

Para Navarrete-Cazales (2015), la identidad funciona como una categoría general que hace posible que se tenga un punto de adscripción temporal ante la sociedad, y esto nos ayuda a distinguirnos de los otros a la vez que nos permite decir qué es lo que somos y qué no somos.

La identidad permite diferenciarnos de los demás; implica movilidad, transformación, cambio, un proceso nunca acabado (Navarrete-Cazales, 2015). Al erguir las identidades, lo que se hace es establecer fronteras que nos distinguen, que nos destacan. Las personas constituyen una identidad a partir de los vínculos que establecen.

Otras dos cualidades o elementos que nos ayudan a delimitar el concepto de identidad tienen que ver con las nociones de adscripción y pertenencia. Hablar de identidad necesariamente nos remite a una adscripción, a un campo de acción, a un grupo determinado de personas que tienen vínculos entre sí; el sujeto construye su identidad al hacer suyas ciertas formas de ser, hacer y de estar de otros; cuando se adscribe se integra a una comunidad con la que comparte ciertas semejanzas o elementos en común a la vez que toma distancia con respecto a otros grupos o comunidades.

Construir una identidad es asumir una pertenencia, formar parte de algo; uno se apropia de ciertas cualidades que están en los otros, particularmente de los que están coligados, a la vez que uno se inserta o integra a esa entidad.

De nuestra identidad hablamos siempre que decimos quiénes somos, quiénes queremos ser, cómo queremos ser enjuiciados, considerados, reconocidos, que en realidad nos referimos a la forma que hemos cobrado mediante nuestra biografía e historia. “Es una creencia alimentada por significaciones imaginarias de la sociedad” (Anzaldúa, 2004, p. 97).

La identidad es la imagen de nosotros que nos ofrecemos a nosotros mismos y a los demás.

La construcción de dicha identidad es uno de los mecanismos más privilegiados para buscar el control de las acciones posibles de un sujeto.

La identidad es una manifestación de la consciencia. Se construye generalmente en procesos inconscientes, pero luego, por algún incidente que le influye, emerge a la consciencia: el sujeto se da cuenta que tiene una identidad o que está construyendo una, o que le interesa tomar ciertos rasgos de los otros para sí, porque se identifica.

Constituye un referente para pensar “en sí mismo” y “para sí mismo”. A la vez es un componente del ser que le viabiliza en diferentes sentidos. Representa la posibilidad de pertenencia y adhesión, pero también de diferenciación y delimitación del sujeto. Es un medio para relacionarse con los otros y con los fenómenos y cosas que constituyen el contexto. Es una cualidad esencialmente humana. Es estructurante del mundo (su mundo). Algo sin identidad no tiene forma, pierde su forma si pierde su identidad.

Los estudios de la identidad permiten acercarse a la comprensión de una parte del ser humano individual y social. A la vez, estudiar la identidad se convierte en una lente para el análisis (lente analítica) que facilita acercarse a la comprensión de algunas de las dinámicas que vive el sujeto.

Identidad personal

En primer lugar, la identidad es la manera en que las personas conciben y deciden realizar su vida; también se le llama a la forma de relacionarse con sus iguales (Ávalos y Sotomayor, 2012), y por eso es una definición personal.

El punto de partida es la construcción de una identidad personal; desde esta se estructura la identidad profesional. A través de esta identificación se va construyendo la imagen y autoimagen del ser humano, y al tomar a una persona –o parte de ella– como modelo e interiorizarla, se apropia de eso que le identifica (Anzaldúa, 2004).

La identidad personal también se concibe como un proceso de dos vías: por un lado se logra que el individuo se reconozca a sí mismo como individualidad, y por otro, que tome consciencia de los demás, y de que lo humano es necesariamente diverso (Sayag, Chacón y Rojas, 2008; Morín, 1999).

Esta noción es fundamental en la comprensión, pero lograrlo no se queda solo en una explicación, más bien requiere de mucha empatía, es decir, necesita de la identificación con el otro, de una proyección respecto al otro (Morín, 1999); este es esencialmente un juego intersubjetivo, así se desarrolla uno mismo con los otros, siempre en un contexto específico; en dicho contexto sucede la presencia indispensable de las identidades relacionándose, realizándose mediante los fenómenos de la identificación y diferenciación.

La identidad personal puede considerarse una realidad cambiante del sí. No es una propiedad constante y firme, sino que muta con la vida que transcurre. Por esta razón no es una característica inamovible, sino que se construye y se transforma con la experiencia de cada relación que establece el individuo. En definitiva, no nos referimos a algo que esté dado, sino que se va construyendo por el individuo y las colectividades, lo cual determina modos de existencia. De ahí por qué se considere también como un fenómeno relacional (Marcelo, 2009; Bolívar, 2007).

En los cambios de la identidad que se experimentan a través de la vida se conserva siempre un centro esencial que facilita identificar el “sí mismo” y el “nosotros”. En nuestra vida tenemos una autoimagen de una identidad que esencialmente permanece ya que somos el mismo individuo y el mismo nosotros, aún cuando aceptemos los grandes cambios que nos han sucedido.

En este transcurrir uno asume distintas pertenencias con las que se conforma la identidad personal, asunto que genera que seamos uno y múltiples a la vez; mientras más extensos sean dichos círculos sociales a los que se pertenece inconsciente o conscientemente, más se consolida y concreta la identidad de la persona (M. Torres, 2010).

La identidad personal como noción es paradójica ya que nos permite existir como un ser sin copia alguna, pero a la vez se define con la adhesión a varios grupos con los que se tienen valores y rasgos comunes. Unos y otros se reconocen entre sí por esa identidad común (García, 2008).

Hay algo crucial en la noción de identidad personal: esta siempre supone que hay un grupo al que se pertenece y a partir del que nos diferenciamos. La identidad nos permite reconocernos, pero siempre en relación con otros: somos una individualidad, pero también somos parte de un todo como grupo, sociedad y especie.

Los otros vínculos más significativos, al principio son los padres y hermanos, y luego emergen otros entes significativos que se multiplican. Pero entonces para cada uno de esos otros el individuo construye variantes del sí mismos, y entonces somos algo para alguien y un alguien distinto para otros (Larrain y Hurtado, 2003).

Es la familia, durante los primeros años de vida, el ámbito en que la imagen personal se construye; esto pasa por ejemplo con la relación afectiva entre el bebé y su madre, cuando le amamanta, el niño paulatinamente va a construir la conciencia de sí mismo en tanto avanza de una posición en la que le es imposible diferenciar el pecho y la leche que mama de lo que es él mismo hasta lograr diferenciarlo separado de él, como cualidad de su madre, quien le alimenta y cuida (García, 2008).

Igual en otros aspectos derivados de la primera presencia del infante en su familia, el niño toma conciencia paulatinamente de los objetos y personas que le rodean, al principio todas son lo mismo, no distingue entre sí y ve las cosas ve como si fueran uno mismo, no hay objeto de satisfacción sino él es todo, incluso su propia satisfacción (Freud, 1921), pero luego pasa paulatinamente a la pre-noción de que hay algo separado de él, inicia a identificar que además de él también están “los otros”, asunto que, conforme se torna consciente, delimita definitivamente los primeros rasgos de identidad, a lo cual sigue un continuo de comprensiones, diferenciaciones e identificaciones que le acompañarán por toda su vida, asunto tan complejo como el hecho de diferenciar del conjunto de lo que le rodea a lo otro, y de lo otro, pasar al incipiente esclarecimiento de que hay cosas con ciertas cualidades distintas a las otras –puesto que no son lo mismo los humanos que las cosas–, entes diferentes que luego nombrará como personas, parecidas a él, objeto de sus futuras identificaciones (Lacan, 1957); tan complejo que en alguna parte de este proceso diferenciador llegará a la comprensión de que dentro de “los otros” hay también “las otras” y que él o ella habrán sido nombrados desde un principio en una de estas dos opciones de género, y así.

Podemos también considerar que la identidad es un proyecto por realizarse: aquí se mueve el individuo racionalmente, con conciencia, pero de manera simultánea y fundamentalmente será un proceso no-racional. Los individuos buscamos ser alguien, somos un proyecto en construcción, siempre en busca de la realización (Bolívar, 2007).

Revilla (2003) identifica cuatro elementos constitutivos de la identidad personal a los que llama “anclajes”:

  1. 1º. El cuerpo: es la imagen de nuestra apariencia física y cómo nos perciben los demás.

    2º. El nombre propio: cómo nos conocemos y nos conocen.

    3º. La autoconciencia y la memoria: cualidad de verse y pensarse a sí mismo, considerarse sujeto activo con su propia historia en un tiempo y espacio; estas se encuentran unidas a nuestra biografía.

    4º. La interacción social: la comunicación y el intercambio con los otros, que nos lleva a negociaciones y consensos.

Identidades sociales

De origen, las identidades sociales son compartimientos comunitarios, es decir, cada uno asume una pertenencia voluntaria a un conglomerado social o subgrupo, y suele suceder que sean varias pertenencias, por ejemplo, a un grupo deportivo, a una familia, a una profesión, a un grupo étnico, a una religión, etc. Estas pertenencias son compartidas por otros individuos que conforman grupos de diferente tamaño.

Estas identidades sociales se experimentan desde la infancia, porque desde pequeños vivimos en grupos humanos; así, conforme pasa el tiempo van sucediendo cambios en dichas identidades sociales que se pueden observar por ejemplo en los discursos y otras formas de expresión e interacción.

…la identidad social se puede concebir como el resultado de la interacción con personas que ocupan estatus complementarios diversos. Se podría decir, entonces, que la identidad social es el conjunto de conocimientos sobre uno mismo, que van surgiendo según nos vamos ubicando en dimensiones sociológicas distintas [Mieles-Barrera, Henríquez Linero y Sánchez-Castellón, 2009, p. 50].

La identidad social se compone de (I) imágenes de sí mismo logradas al ser parte de distintos grupos sociales y (II) representaciones propias de la sociedad sobre esos grupos y sus integrantes. De esta manera el individuo se ubica e identifica con las distintas agrupaciones de que participa, como su familia, la escuela, su profesión. Por esto las relaciones sociales son muy importantes en este proceso, porque es por medio de ellas que se logra reconocer los rasgos que socialmente se le han asignado a dichos agrupamientos (Balderas, 2013).

Las personas, al someterse a un constante proceso de influencias sociales y culturales en el transcurso de la vida, van incorporando múltiples elementos que configuran formas de ser y de estar y de actuar; obra aquí un complejo proceso de interiorización de creencias, conductas, valores, actitudes, estrategias y modelos de acción mediante una constante actividad de asimilación al participar en sociedad, lo que permite la conformación de un perfil conductual y autorreferente específico que caracteriza a cada individuo (Anzaldúa, 2004).

De tal modo, la influencia social sobre los individuos es permanente y profunda y la formación en su acepción más amplia –considerando lo formal e informal– es también un medio de construcción de individualidades con elementos comunes inherentes a la existencia gregaria de las personas, como es el caso de una profesión como la docencia.

Los individuos de alguna forma reproducen partes o aspectos de las conductas de otros individuos con los que tienen contacto y convivencia social, por lo menos las partes o aspectos con las que se sienten identificados, otorgándoles una nueva significación, incluso no necesariamente como suceden en la realidad de los otros, sino como una representación imaginaria, es decir, como las ha vivido el individuo que se identifica, y no como posiblemente sucedieron.

Así, sociedad e individuos están íntimamente implicados y la construcción de las identidades es auspiciada por la sociedad, para que la misma sociedad tome a su vez identidad mediante los individuos que ha forjado.

Cada individuo sabe que tiene varias pertenencias sociales, las cuales generan tantas identidades sociales como pertenencias haya, y también él entiende que se mueven, se ajustan, se profundizan o se deterioran y debilitan.

Las pertenencias sociales tienen a la vez una naturaleza “performativa” (de actuación, como el artista), y esto se convierte en un atributo. Por ejemplo, la identidad de género, que es una de tantas identidades sociales, se ejerce, ejecuta y manifiesta en diferentes actuaciones del día, como pueden ser la vestimenta, la forma de relacionarse, hablar, moverse, ocuparse de sí mismo(a) (Atienza y Van Dijk, 2010), es decir, se observan ciertos matices y características cuando se realizan las actuaciones cotidianas; de esta forma un observador de sí mismo o de otros puede apreciar dicho performance (actuación) y comprenderle como un tipo de identidad social que le define, diferencia o asemeja conforme se despliega y manifiesta.

La construcción identitaria de cada persona se genera mediante la adhesión o rechazo que experimenta con sus diversos grupos de pertenencia. Es decir, tener identidad social implica necesariamente adherirse primero como solicitante y luego ya como integrante de un grupo que ha logrado-otorgado la aceptación, momento en que se asumen las reglas y características del grupo.

Así se genera una unidad con el grupo de pertenencia, especialmente porque los valores, rituales, códigos relacionales, costumbres, incluso representaciones sociales, todos específicos, son realmente compartidos (García, 2008) cuando cada quien los hace suyos.

A estas identidades sociales también se les llama “identidades culturales” o “identidades colectivas” (Larrain y Hurtado, 2003), incluso se les conoce como “identidades múltiples” (Vila, Esteban y Oller, 2010) o también como “comunidades imaginadas” (Anderson, 1983).

Aquí lo imaginario se puede considerar desde el concepto de nación que plantea Anderson (1983) cuando dice que una nación es “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana” (p. 23), ya que para los integrantes de dicha nación, sin importar el tamaño de esta, es figurativamente imaginada: sus coterráneos no se conocen nunca todos, no se pueden observar simultáneamente ni saber de todos ellos algo particular en algún momento, y sin embargo en su pensamiento existe la imagen de su nación, por lo tanto la nación existe para ellos y sienten su pertenencia a ella, y la defienden y se enorgullecen de su identidad nacional.

“Grupos de pertenencia” es otra forma de nombrar a las identidades sociales (García, 2008). Una sociedad se forma de diversos grupos de pertenencia, y los individuos se afilian a ellos; encontramos así grupos primarios como la familia o un grupo cercano de amistades, pero a la vez también se encuentran grupos extendidos o secundarios como son los casos de la escuela, la nación, la religión, la profesión, entre otros.

De esta forma el colectivo realiza su función socializante sobre el individuo, y este se identifica con el grupo, a la vez que se diferencia y actúa influyendo su espacio (García, 2008).

Se comparten pues algunas características del grupo: son las “identidades culturales” referidas. Lo revelador es que no es posible edificar una identidad sin participar en varios grupos de pertenencia. Se requieren definitivamente las pertenencias a estos grupos porque, a la vez que se es individuo, también se es parte de la colectividad.

Así, cada individuo cuenta con varias identidades porque pertenece a grupos múltiples. Voluntariamente o no, somos integrantes de tribus o comunidades. Estas poseen normas, valores, creencias, las cuales se comparten entre sus miembros. Por esto nos reconocemos y nos pueden identificar. La identidad social entonces se refleja en la identidad personal (García, 2008), de tal forma que si alguien explica quién es, sin excepción, en “su relato va a utilizar categorías compartidas con otros” (Larrain y Hurtado, 2003, p. 33).

La identidad como pertenencia

La identidad de los sujetos se define por la multiplicidad de sus pertenencias sociales, es la integración de su biografía e historia por las interacciones experimentadas. Son versiones de identidad a cada momento que se vinculan con un nuevo grupo y se adscriben a una nueva pertenencia.

Cotidianamente, cada individuo puede considerar tres pertenencias que le marcan y definen, según M. Torres (2010):

1ª. A la familia de sus progenitores.

2ª. A la familia fundada por él (ella) mismo(a), por lo tanto, a la de su cónyuge.

3ª. La de su profesión, que le inserta numerosamente en diversos círculos de interés [p. 157].

Aunque no todos necesariamente forman una familia en su concepto tradicional, sí tienen un referente que asemeja a una familia que no es la de sus padres, y no todos logran integrarse a una profesión en el sentido estricto del término, mas también se pueden vincular a una actividad u ocupación preferente durante tramos largos de su vida, y ahí es posible identificar esas pertenencias básicas.

Es pertenencia primaria la de un primer círculo o nivel, pero también hay pertenencias extendidas o secundarias, que son hacia los demás grupos (García, 2008); por ejemplo, adicionalmente a estas tres pertenencias básicas, los individuos tienen conciencia de ser ciudadanos de un Estado, de pertenecer a un estrato social, género, tradición cultural, religión, etc.

Una identidad bien integrada depende de tres formas de reconocimiento:

(a) Amor o preocupación por la persona –auto-confianza–.

(b) Respeto a sus derechos –auto-respeto–.

(c) Aprecio por su contribución –auto-estima–. [Honneth 1995, como se cita en Larrain y Hurtado, 2003, p. 32].

Sin embargo, cuando estos niveles de reconocimiento no se concretan el “yo” reacciona mal, con energía negativa, que se traduce en indignación o incluso ira, lo cual trasciende como una búsqueda o tensión para asirse de algún tipo de reconocimiento.

Cuando ninguno de estos tres tipos de reconocimiento se logra en múltiples sujetos se generan condiciones colectivas de resistencia y lucha social al sentirse excluidos y sin posibilidades de pertenencia al grupo general; se inicia así otra pertenencia paulatina, ahora al grupo opositor, que se mueve entonces por buscar ser, por integrar una identidad, en relación a los otros, que no son ellos en sí. Es tal la fuente motivacional en esta necesidad de integración de identidad, de lograr estas tres formas de reconocimiento, que actuará con sus demandas y reclamos.

Un acercamiento a la identidad profesional docente

Según Bolívar (2007), los condicionantes que participan en la estructuración de la identidad docente y sus procesos de cambio dependen del contexto social, las experiencias, sus fases de desarrollo de la carrera, sus relaciones con alumnos y compañeros, la cultura escolar, los saberes que ha asimilado y lo que marque su vida. En definitiva, dicha construcción se concreta en el ejercicio de su profesión, pero acrisola los incidentes y marcas de todos estos condicionantes.

En esa práctica profesional asimila normas, reglas y valores profesionales mediante un proceso de socialización profesional progresiva.

La identidad en general, que alcanza a las identidades sociales, implica dos dimensiones que se vinculan entre sí de forma dialéctica; ambos procesos propician la articulación de lo individual y lo estructural:

  1. a) Lo que construye el individuo sobre sí mismo (“identidad para sí”, proyecto identitario), que se realiza por una apropiación subjetiva de la identidad social que implica una pertenencia además de una suerte de “transacciones biográficas”, y

    b) las representaciones que los demás elaboran de él (“identidad para otros”, reconocimiento identitario), que son transacciones relacionales (Barbier, 1996; Dubar, 2001, citado por Bolívar, 2007).

La identidad profesional docente resulta del proceso biográfico y social del profesor; en ella tiene presencia la formación inicial y la socialización profesional que se deriva de la práctica profesional. Aparte de ser un resultado biográfico y social, es una construcción singular, ligada a su historia personal y a las múltiples pertenencias que arrastra consigo (sociales, familiares, escolares y profesionales) en tiempos y contextos diferentes (Bolívar 2007).

Esteve (2003) indica que “el problema de la identidad profesional que sobreviene a nuestro profesor novato cuando se enfrenta a una clase repleta de estudiantes que están bastante lejos de sentir el más mínimo entusiasmo por la materia que uno debe explicar” (p. 221) se convierte en un gran reto, y los profesores suelen recurrir a lo que han visto y les ha funcionado en el pasado y echan mano de sus recuerdos; así el docente se pone a prueba y reacciona y se va forjando una identidad.

En materia de identidad profesional docente se suele suponer que conocer una disciplina es suficiente para poder enseñarla con éxito, pero el fenómeno es más complejo: se requieren otros elementos del perfil docente para enseñar; los rasgos que conforman ese perfil docente son a la vez algunos de los rasgos de la identidad profesional docente.

Ahora bien, la identidad profesional requiere una trayectoria de formación, auto-reflexión, trabajo en equipo y amplia experiencia. Hay profesores que incluso en toda su trayectoria profesional no logran la total apropiación de esa identidad de la cual se sientan suficientemente orgullosos(as), es decir, no terminan de identificarse totalmente con la profesión.

Para Ávalos et al. (2010), dentro de los gremios profesionales consolidados se generan discursos peculiares y específicos; el análisis de estos discursos nos permite identificar algunos rasgos como creencias, preocupaciones, angustias, satisfacciones, manifiestos por esos profesionistas y que en alguna medida les identifican.

La identidad profesional docente como narrativa

Algunos estudios se inscriben en lo que se llama el “giro lingüístico de la identidad” (De la Mata y Santamaría 2010; Rivas et al., 2010; Rebollo-Catalán y Hornillo, 2010), que refiere la importancia del lenguaje como el medio por el cual se construye la identidad. La referencia está en el terreno metodológico de estos trabajos que se orientan hacia el medio y las fuentes de evidencia empírica con las que se ha de investigar este fenómeno que es la identidad: se incluyen técnicas como la narrativa biográfica, los relatos de vida, la memoria autobiográfica, las trayectorias escolares o las entrevistas autobiográficas en profundidad.

Sin embargo, esta cuestión trasciende lo metodológico y se sitúa en una perspectiva estructural de la noción, ya que se concibe a la identidad como “una narrativa personal” (Larrain y Hurtado 2003; De la Mata y Santamaría, 2010), de ahí la importancia de considerar que la identidad es un relato en el que se da sentido a la propia vida. Por esto, la narración es el instrumento que permite la existencia de un “yo” percibido como continuo y coherente; “la memoria autobiográfica nos permite ser en el tiempo” (De la Mata y Santamaría, 2010, p. 164).

Esta narrativa nos muestra un nivel de temporalidad y otro de lugar o contexto como los puntos donde se construye y se transforma la identidad que es narrada.

Asociado al vínculo entre identidad y narrativa, la identidad docente implica el desarrollo de una narrativa sobre las cosas vividas, colocando al profesor siempre en un contexto determinado (Coll y Falsafi, 2010).

Las relaciones entre los individuos se realizan mediante símbolos lingüísticos, los cuales son mediados por gestos con específicos significados; se dan en narrativas; implican que alguien produce el mensaje mediante símbolos lingüísticos y otro, en calidad de receptor, tiene capacidad de comprenderlo; aunque sean diferentes, tienen un mismo contenido que significa lo mismo para cada uno.

Para comprender la identidad docente se requiere analizar la forma en que los símbolos se mueven en la interacción social, mediante lo cual se elabora una auto-imagen a partir de una narración expresada por alguien, en este caso por un(a) profesor(a). Sucede que, por medio de la capacidad de internalizar actitudes y expectativas de los otros, el yo ahora es motivo de auto-reflexión. Es una relación del yo con el yo mismo; en realidad se habla a sí mismo (Larrain y Hurtado 2003).

Como hay una diversidad lingüística, hay una diversidad identitaria. Se destaca así la importancia del lenguaje en la construcción de la identidad. Por ejemplo, se considera a la lengua fuente fundamental de identidad nacional.

En la metodología biográfica se señala que la construcción de la identidad se basa primero en las experiencias, saberes y representaciones que surgen de la biografía individual, por tal motivo, “los procesos formativos deben articularse con la propia trayectoria biográfica, entendidos como procesos de desarrollo individual” (Bolívar, 2007, p. 3).

Para Paul Ricoeur (2006), la identidad puede ser entendida como un relato, con todos los elementos propios de la narrativa (trama argumental, secuencia temporal, personaje/s, y situación).

En una modernidad en crisis, se dejó de creer en un “yo” fijo, singular y permanente. Ahora se explica como una narrativa de la identidad. El “yo” narrado es una crónica del “yo” en la geografía social y temporal de la vida.

En definitiva, los docentes construyen su identidad haciendo su auto-relato, que no es solo recordar tiempos pasados, sino una forma de recrearlo, buscándole un sentido e inventando el “yo” profesional, que se reconocerá tal vez socialmente.

La identidad docente como construcción

Se rescata lo dinámico del proceso de construcción de la identidad docente como otro de los énfasis analíticos de la temática. En la literatura revisada se encontraron referencias al proceso siempre inconcluso de construcción de la identidad.

Para iniciar, se propone la idea de que la identidad “es un proyecto simbólico que el individuo va construyendo. Los materiales simbólicos con los cuales se construye ese proyecto son adquiridos en la interacción con otros” (Larrain y Hurtado, 2003, p. 32).

Es un proceso de construcción en el que los individuos se autodefinen en la relación simbólica con los otros. La identidad guarda una conexión cercana con la cultura: ambas son construidas, pero son de naturaleza distinta. La identidad se construye a partir de que el “yo” reconoce a los otros y, a la vez, por un reconocimiento de estos.

Los agrupamientos que conforma la sociedad, como son la religión, el género, la clase, la profesión, etc., están definidos culturalmente; estas estructuras culturales colaboran con la especificación de cada individuo y su sentido identitario.

El docentes delimita su “sí mismo” de forma simbólica, reflejando sus cualidades en su obra material, a partir de su corporeidad; como en un espejo, se mira a sí mismo y también mira a los otros, y los aprecia igual que su imagen; las cualidades del individuo las proyecta en sus cosas, y estas generan pertenencia, no solo a las cosas mismas, sino además a una comunidad.

La identidad profesional implica una referencia a los “otros” en dos sentidos. Primero, los otros son aquellos cuyas opiniones acerca de nosotros internalizamos, cuyas expectativas se transforman en nuestras propias auto-expectativas. Segundo, son aquellos con quienes queremos diferenciarnos, los no-docentes.

El medio ambiente y especialmente la relación con los otros influyen fuertemente en esta construcción. Por eso “somos más o menos lo que los otros ‘hacen’ de nosotros” (García, 2008, p. 5).

Es en una orientación socio-histórica vía procesos individuales y colectivos que se construye la identidad; esto sucede al compartir espacios, tiempo, circunstancias, roles, ideas, valores, sentimientos sobre la tarea de la enseñanza.

La cultura es un lugar común, un contenedor común donde se encuentran ideas para asirlas mutuamente; estas ideas fueron elaboradas por muchas personas y son aceptadas por todos, de esta forma los docentes tejen hilos de comunicación.

Por esta razón, la construcción identitaria es impensable sin el recorrido de caminos personales y colectivos, porque no es algo en solitario, sino que es en un contexto de actuación del docente con otros profesores, por eso está imbricado lo público y lo privado, lo profesional y lo personal. Lo personal de la vida de un docente tiene vasos comunicantes con los espacios, las prácticas y las experiencias que viven (Veiravé, Ojeda, Núñez y Delgado, 2006).

Es importante destacar que la identidad profesio­nal se construye y reconstruye desde las fases de la ca­rrera en que ocurren la preparación inicial, los acontecimientos, las influencias de los centros educativos y las relaciones con los docentes (Sayag, Chacón y Rojas 2008, p. 554).

La identidad docente como vínculo o relación

La literatura consultada nos permite otro énfasis en los diferentes estudios sobre la identidad, ahora como vínculo o relación, el cual se apoya en la inevitable relación con el entorno, el lugar que en él tenemos, porque estar consciente de uno mismo, de la propia identidad, facilita la definición de su vínculo con el mundo y su existencia: en definitiva, se requiere saber quién es uno como profesional para establecer algún tipo de relación con los otros y el mundo (García, 2008). Luego los vínculos ayudan en la definición de la persona.

De acuerdo con Edgar Morín (1999), esta relación es reflexiva, y la asemeja a un “rizo recursivo” en el sentido de que a la vez la relación con el mundo y con la existencia permite al individuo tomar conciencia de sí mismo y definir así su identidad (como se cita en García, 2008, p. 2). Este rizo recursivo va y regresa, pero ya no es idéntico, es una relación que supera al sí mismo.

Una transacción requiere de forma ineludible de un vínculo entre sujetos que tienen en común una misma profesión. Los vínculos son relaciones, por lo cual la identidad emerge de las relaciones: cuando el yo hace transacciones biográficas, conectando asuntos de su pasado y de sus proyectos, pero también hace transacciones relacionales por medio de su identidad que otros le reconocen y que él sabe que tiene (Bolívar, 2007).

Por eso es correcto aclarar que “el sujeto y su contexto son una relación inseparable, y al analizarles permitirá comprender el trabajo docente desde ambas perspectivas: la individual y la contextual” (Veiravé et al., 2006, p. 3).

Conclusiones

En este recorrido documental se pudo indagar algunos de los conceptos asociados al tema de la identidad en general y de la identidad profesional docente en particular.

Diferentes autores asumen a la identidad como un producto de la socialización y del compartimiento de identificaciones de diferentes grupos sociales. Esta condición permite sostener la afirmación de que “no hay identidad sin alteridad” que expresan Rivas et al. (2010, p. 192).

Así pues, ninguna identidad es estática sino dinámica, no es innata ni heredable, pero sí creada o producida a partir de procesos de identificación, pertenencia, diferenciación e interiorización, las más de las veces inconscientemente, casi de forma automatizada.

También implica movilidad y es un proceso nunca acabado. Los vínculos le son comunes, ya que estos son condición para su integración y manifestación.

Se construye a partir de una transacción relacional de valores, normas, creencias, costumbres, tradiciones, estereotipos sociales de pensamiento, percepciones de autoeficiencia, motivaciones, compromisos, satisfacciones.

Dicha construcción está asociada con el contexto circundante, de modo que recibe marcas e incidencias constantes del mismo, por lo que manifiesta su peculiaridad e historicidad. Implica una transacción biográfica en la cual los acontecimientos de su vida son parte de esta construcción.

La identidad personal se da en el contexto primario (la familia) y luego en el secundario (la escuela), donde se asimilan valores, creencias, normas y pautas de pensamiento, que le dan sentido a partir de sus significaciones.

Para la identidad docente, en su proceso de iniciación (formación inicial) y en su trayectoria laboral (experiencia de práctica y formación continua) se establecen vínculos y áreas comunes con los de dicha profesión Así, la identidad docente o identidad de un profesionista, en este caso de los docentes, se construye en relación a su actividad laboral, a partir de una identidad personal que abreva a la vez de diversas identidades sociales, en este caso de un gremio en particular.

La construcción de significados es fundamental en la conformación de la identidad; estos siempre se plantean como una apuesta al futuro, en transición hacia la concreción de un proyecto, siempre en busca de la realización.

Dichos significados pueden ser estudiados a través de las narrativas en las que se revelen los significados, las identificaciones y las delimitaciones que guarda con otros.

La identidad es un fenómeno complejo que se adquiere e interioriza en forma parecida a una ideología o a como se asimila y aprende un idioma, y constituye una herramienta analítica para el estudio de diferentes fenómenos humanos, de aquí la relevancia de su estudio.

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Notas de autor

* Es Maestro en Educación y cuenta con licenciatura en Psicopedagogía por la Escuela Normal Superior “José E. Medrano”. Actualmente es estudiante del doctorado en Ciencias de la Educación del CID y director de la misma institución. Es socio de la Red de Investigadores Educativos Chihuahua, A.C. Entre sus publicaciones recientes se encuentra el capítulo “El desarrollo profesional de los docentes de secundaria: formación, trayectorias laborales y experiencias”.
** Cuenta con estudios de doctorado en Educación otorgado por el Centro Universitario de Tijuana y maestría en Educación campo Investigación Educativa. Miembro fundador del Centro de Investigación y Docencia, institución en la que se desempeñó como Subdirector Académico y Director. Coordinador del Cuerpo Académico de Política y Gestión en Educación y Coordinador del doctorado en Ciencias de la Educación del CID.
*** Cuenta con estudios como profesora de educación preescolar, licenciada por la Normal Superior “Porfirio Parra”, licenciatura y maestría por la Universidad Pedagógica Nacional y doctorado en Educación por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Se ha desempeñado como docente, directora y supervisora en educación preescolar; docente en el Centro de Actualización del Magisterio de Chihuahua y en la Normal de Educadoras P.I. Perteneciente al Cuerpo Académico en consolidación de Política y Gestión en Educación.


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